La Casa Rosada enfrentaba un clima de desconfianza tras la difusión de registros en los que se escuchaba a Karina Milei. Mientras se especulaba con la existencia de más grabaciones, en el oficialismo hablaban de una “guerra psicológica” contra La Libertad Avanza.
El episodio comenzó con los audios del ex titular de la ANDIS, Diego Spagnuolo, y se agravó cuando circularon grabaciones de Karina Milei, difundidas por un canal de streaming. Aunque se consideraban inocuas en su contenido, en la Presidencia destacaban la gravedad de que la secretaria general hubiera sido registrada en un encuentro privado. Entre las hipótesis, se analizaba que la filtración podría provenir de alguien presente en la reunión, más que de una pinchadura telefónica, lo que abría interrogantes sobre posibles infiltrados en el Gobierno.
En el oficialismo se especulaba con el rol de ex integrantes de La Libertad Avanza vinculados a operadores mediáticos y políticos, lo que reforzaba la idea de una maniobra destinada a desgastar la gestión. Voces cercanas al Gabinete señalaban que la intención era instalar una sensación de inestabilidad: “buscan una guerra psicológica”, resumía un dirigente de confianza de Milei. Sin embargo, algunos asesores relativizaban el impacto electoral de los audios, sosteniendo que podrían incidir más en la participación del electorado que en el caudal de votos libertario.
El trasfondo político revelaba también disputas internas. La incertidumbre sobre quién grabó a Karina alimentaba sospechas incluso dentro del círculo íntimo, al tiempo que se profundizaban las diferencias entre el sector de Santiago Caputo y el de los primos Martín y Eduardo “Lule” Menem. Analistas del oficialismo advertían que, tras los comicios del 26 de octubre, sería inevitable una reorganización del Gabinete y un reordenamiento de funciones, aunque por ahora el Presidente optaba por sostener a su entorno más cercano y responsabilizar públicamente a Spagnuolo.